¿Decís que sí a todo lo que te piden? ¿Sentís que dejás tus necesidades para el final? ¿Te falta tiempo? ¿Te sobra cansancio? La lista de interrogantes puede ser interminable, si se trata de reflexionar sobre nuestro hacer (o no hacer) cuando el compromiso, la presión, el complacer a otro o el mostrarse todopoderosa son los factores que nublan nuestra respuesta frente a un pedido.
¿Para qué y por qué hacemos eso? Lo principal es primero determinar si ello nos afecta o no en nuestro hacer diario, y sobretodo, cómo nos sentimos con nosotras mismas cuando actuamos desde ese lugar. Inevitablemente viene la pregunta: ¿y cómo hago entonces para decir “No” cuando quiero hacerlo? ¿Cómo me corro de esa presión? ¿De dónde saco fuerzas para el BASTA?
Y ahí es cuando de mi parte, te cuento mi experiencia. No me había detenido a pensar en el por qué de mi cansancio, o qué me tenía abatida, frustrada, desmotivada. Sí sabía que yo siempre estaba dispuesta a todo, y para todos. “Yo lo hago” “Para mañana está listo” “Cómo no voy a ir a la comida con la prima de la hija de tu amiga” “No estoy cansada, yo puedo”. Así la lista, así las obligaciones y compromisos que yo misma, sin que nada ni nadie me obligara, asumía. Hoy me doy cuenta que es lo que en algún momento había aprendido, lo que sabía hacer, y lo que creía debía hacer.
“No doy más” recuerdo que tuve que confesar. “Y entonces no des más”, me respondieron. Qué gran cachetada a mi ego. Qué fuerza y posibilidad me apareció al escuchar eso. Ya no quería hacer nada por compromiso, ni frecuentar lugares que no me significaran disfrute. Tampoco me interesaba escuchar diálogos que no construyen, ni rodearme de personas que en este momento de mi proceso, no me signifiquen posibilidad de crecimiento.
¿Cómo lo hago? ¿Cómo digo que no? Hoy puedo confesarte mi receta. De nuevo, no esperes respuestas, sí te invito a reflexionar sobre estas preguntas: ¿Qué valor le das a eso que haces todos los días? ¿Qué significa priorizarte? ¿Qué te estás perdiendo de hacer por llenarte de actividades sin sentido? ¿Qué no querés ver? ¿A quién buscás complacer? Y sobre todo, ¿para qué hacés lo que hacés?
Cambiar de conductas y hábitos, lleva su tiempo, y necesariamente conlleva hacerse cargo del cambio que necesito. Cambiando tus actos, vas a cambiar de actitud y lo mejor de todo, sanarás tu autoestima. Más tiempo aparecerá en tu agenda y tus relaciones serán más sanas, principalmente porque estás siendo más sincera con vos misma.
Y entonces, se me aparece la última reflexión, que me acompaña cual mantra diario: si lo que hacés no genera más respeto por vos misma, entonces ¿para qué hacerlo?